martes, 13 de enero de 2009

Historia de Titania Aesland

Con esta historia comienzo la sección dedicada a las historias de cada personaje antes de las partidas.

Historia de Titania Aesland


Nací en la ciudad de Markushias, en la región de Phaion Eien Seimon en el seno de la noble familia Aesland. Aunque el linaje de los Aesland nunca se había mezclado con sangre humana, mis padres fueron la excepción, aunque no fueron, ni de lejos, los primeros de la ciudad en hacerlo. Simplemente, ningún humano había captado la atención de ningún Aesland. Mi madre, Morgana Aesland, fue una de las mejores conjuradoras de todo el continente, capaz de dominar gran parte de las vías mágicas. A fin de adquirir un mayor conocimiento y nuevas experiencias, mi madre viajó en varias ocasiones por todo el continente y la última vez que regresó, iba de la mano de un humano y en sus brazos llevaba un bebé. Aquel humano era mi padre, Dimitri Maximov, un guerrero de noble cuna procedente de las tierras circundantes de la capital del imperio. Mi padre era un hombre capaz de manejar a la perfección casi cualquier arma, lo que sumado a su gran fuerza física, le hacía un guerrero de talento incomparable. Mí llegada a casa supuso un dilema: ¿Debería ser entrenada en las artes de la magia o en las del combate? Como cabeza de la familia Aesland, a mi madre correspondía tomar la decisión. Para no privarme de una cosa o de otra, a mi madre se le ocurrió que durante 5 años, fuera instruida en ambos terrenos y que pasado ese tiempo, debería decidir. A mi padre le gustó la idea e incluso comentó divertido que estaba seguro de que yo no dejaría ninguna de las dos cosas. Todo un visionario, debo decir.

A la edad de 8 años me llegó el momento de elegir un camino y la cosa fue tal y como predijo en su día mi padre: no quería abandonar ninguno de los dos. Cuando mi madre mi pidió una razón al menos para justificar mi decisión, contesté que era porque quería demostrar que se podían hacer ambas cosas a la vez, dando lo mejor de mi para llegar a lo más alto y para llegar a ser al menos tan buena en magia y en batalla como eran mis padres.

Ante mi respuesta, mi madre sonrío y me dijo que en un principio sólo me enseñaría una vía, pero que me convertiría en la mejor de todas. Así que me dio unos días para pensármelo. Con mi padre sucedió algo parecido, me dio unos días para que pensara que dos armas quería aprender a manejar. En cuanto a artes mágicas, finalmente me decidí por la vía del fuego. Simplemente me fascinaba esa luz anaranjada y rojiza que despedían las llamas mágicas en manos de mi madre. A ella no le sorprendió mucho mi elección. A fin de cuentas, ambas éramos pelirrojas, sólo que mi piel era más morena y mis ojos de un luminoso azul claro, herencia de mi padre. Parece ser que en la familia, todas las pelirrojas han comenzado su aprendizaje por la misma vía. En cuanto a las armas, escogí el tanto, una espada corta japonesa, y el látigo de nueve colas. A mi padre le pareció bien mi elección inicial. Así podría aprender a combatir tanto a distancias medias como en cortas. Al ser mitad Duk` Zarist, tardaba mucho más en cansarme que un humano normal, así que pude seguir con normalidad los entrenamientos de ambos caminos.

En mi casa, era normal que llegaran visitas. Conjuradores, magos y gente de todo tipo que estudiaba las vías mágicas venía a pedirle bendición y consejo a mi madre. Cuando tenía 15 años llegó una visita que captó mi atención. Ahora no recuerdo muy bien como era la mujer que le acompañaba pero ella era una autentica preciosidad ya por aquel entonces. Una tierna niña de 8 años de la que su maestra decía que había nacido con un talento nunca visto para la magia. Una larga melena blanca, dos curiosas y brillantes esmeraldas verdes, el mismo color que su túnica y una piel que hace sombra a la pureza de las rosas blancas: Ilya. Era de ese tipo de niñas a las que te gustaría tener en brazos y hacerla reír. Desde entonces, raro era el día que mi madre no ayudaba a su maestra mientras yo entrenaba con mi padre. Aunque sé que a veces me observaba desde la distancia, nunca se atrevió a decirme nada. Siempre he sido bastante más alta que las chicas de mi edad, así que supongo que sería por eso por lo que se sentiría intimidada. Todo buen estudiante de artes mágicas debe conocer un buen número de plantas con las que tendrá que elaborar algún tipo de poción. El día que Ilya tenía que ir a por hierbas a un bosque cercano, mi madre me pidió que le acompañara porque había algunas bestias descontroladas por el bosque y, aunque eran pocas y salían de noche, nunca se sabía lo que podía pasar. Poco a poco la cosa se alargó hasta casi el atardecer y mientras salíamos del bosque, un lobo nos atacó. El lobo fue directo a por Ilya, saltando sobre ella. En cuanto lo vi sobre ella me lancé al ataque empuñando el tanto. No podía permitir que nadie hiciera daño a esa niña. Tras un pequeño forcejeo conseguí clavar el tanto en la espalda del lobo, lo que le hizo huir. Cuando me levanté del suelo y la miré, vino hacia mí a abrazarme entre lágrimas. No pude hacer otra cosa más que estrecharla entre mis brazos, acariciando su albina melena, susurrándole que estuviera tranquila, que no pasaba nada y que yo estaba bien. Me miró algo más tranquila pero aun con lágrimas en los ojos. Yo me limité a sonreír y decirle que mientras yo estuviera con ella, no le pasaría nada. Me contestó “Hai, onee-sama” con una gran sonrisa. Desde entonces fuimos inseparables y cada vez más al paso del tiempo. A la vez que nuestros cuerpos crecían también lo hicieron nuestros sentimientos. ¿La razón? Ni idea. Tal vez fue que el deseo de proteger a esa niña de aspecto tan dulce fue creciendo y creciendo hasta convertirse en amor. Primero fueron abrazos, caricias, besos, hasta llegar a un toque mucho más íntimo, más pasional y continuado hasta el punto de no poder pasar un día sin sentir aquel níveo cuerpo junto al mío. Cuando mi cuerpo terminó de formarse, dio como resultado a una belleza escultural de 22 años, deseo de todos los hombres, envidia de gran parte de las mujeres y con dueña desde aquel día que salvé a Ilya de aquel lobo.

Aquel mismo año, mi madre me dijo que ya era hora de emprender mi primer viaje en busca del conocimiento y la experiencia. Yo estaba conforme y dado que la maestra de Ilya le dijo algo similar, emprendimos juntas el viaje de nuestras vidas.

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